Pun, el monito del monte, está en su refugio. Es un hueco tibio en el tronco de un ciprés de la cordillera.

Como se pasó todo el invierno durmiendo, el monito soñó mucho.

En uno de sus sueños, Pun trepaba a un árbol gigante. Más que gigante: era el árbol más viejo y más alto del mundo. Tanto, que tocaba las nubes y llegaba hasta el espacio.

Pun subía a la copa de aquel árbol, y desde ahí saltaba a una estrella, y después a otra. El suelo de las estrellas era de arena dorada, muy fría y muy suave. La Tierra, vista a esa distancia, parecía una pequeña fruta azul.

Ahora, Pun se acaba de despertar. El aire tibio trae olor a flores y frutos. La primavera llega a la Patagonia. Es tiempo de salir del refugio y alimentarse.

Esta noche el bosque parece muy quieto, bañado por la luz misteriosa de la luna. Pun se acuerda de su sueño. ¿Existirá de verdad aquel árbol gigante?

El monito asoma la cabeza. Sus ojos grandes, redondos, le permiten ver mejor en la oscuridad. Es un animal nocturno, como el zorro, el gato huiña y el búho. Pero de ellos debe cuidarse bien, si no quiere terminar como un bocado entre sus dientes.

A Pun lo llaman "monito" por la forma de sus manos y porque usa su cola para aferrarse de las ramas. Pero se parece más a un ratón que a un mono. Es un marsupial: un animal que crece en una bolsa en la panza de su mamá. Como el canguro y la Zarigüeya.

Esta noche, Pun se desliza de una rama a la otra. Anda veloz, sigiloso, atento a la comida. ¡Tiene mucha hambre!

Come larvas y polillas, pero su plato preferido son los frutos de las plantas. Y entre ellos, hay uno que le gusta en especial: el de una planta llamada quintral.

La vida de esa planta tiene mucho que ver con Pun. Porque después de comer su fruto, la semilla queda en el estómago del monito. Y cuando él se detiene en la rama de algún árbol a hacer caca (una caquita chiquitita, olorosita), la semilla sale entera. Y queda pegoteada en la rama. Y un tiempo después, germina y nace un nuevo quintral.

Así, sin saberlo, la planta y el monito se ayudan el uno al otro a reproducirse y sobrevivir.

Ahora, Pun salta a la rama de un coihue. Se detiene a olfatear. ¿Por dónde seguir?

Un ruido lo distrae. Al pie del árbol, demasiado cerca suyo, hay un zorro que lo observa agazapado, inmóvil, acechante.

El monito tiembla. El zorro salta, pero Pun salta un segundo antes. Pasa de una rama a la otra, de un árbol a otro. Usa las patas y también la cola. El corazón le late muy rápido, siente miedo. Elige un camino entre ramas frondosas, y enseguida despista al cazador.

Más adelante se detiene a descansar. Todavía está asustado. La panza le hace ruido de hambre.

Pegados a la hoja de un arbusto, encuentra los huevitos de un insecto y se los come. Entonces se acuerda de otro sueño que tuvo, y el miedo que le quedaba se le va.

En ese sueño, él era una hormiga colorada que viajaba bajo el suelo, por túneles secretos. Mientras andaba, escuchaba una música dulce, verde y viva. Pun descubría que el planeta estaba lleno de pasillos subterráneos, todos conectados entre sí. Y se daba cuenta de que todo lo que existía en el planeta vibraba con aquella música hermosa y única, que era la música del corazón de la Tierra.

–¡Pun! –llama una voz, y
distrae al monito del recuerdo de su sueño-. ¡Ey, Pun! ¿Otra vez soñando despierto? ¡Vamos, seguime!

El monito ve una sombra que pasa detrás suyo, como un suspiro. Es su amigo, el picaflor rubí, una de las aves más veloces de la Tierra. Tiene el plumaje verde oscuro y el copete escarlata.

–¡Ahí voy, esperame! –dice Pun, y corre detrás suyo.

Al picaflor también le gusta el quintral, y muchas veces se ayudan para buscar la planta.

Pun sigue el rastro de hojas temblorosas que deja su amigo. Y entonces encuentra lo que buscaba. Su plato favorito, las flores rojas y alargadas del quintral. El picaflor anda entre ellas, hundiendo el pico para tomar el néctar.

Aunque la flor es roja, el fruto es verde; dulce, pegajoso, delicioso. Pun lo extrae con las manos y come hasta que se llena la panza. Después se sienta en una rama y mira la luna, que se movió y brilla menos. El picaflor rubí aletea a su lado.

–Este invierno tuve sueños asombrosos
–le dice Pun.

–Me encantaría escucharlos –dice el pajarito–. ¿Mañana me los contás? Ya está por amanecer.

Es cierto. Sopla un viento diferente y el cielo empieza a teñirse de violeta, de rosa, de naranja.

Los amigos se despiden. En el camino de regreso, Pun presta atención a no cruzarse de nuevo con el zorro. Y antes de llegar a su refugio, eso sí, se detiene a hacer caca en una rama. Una caquita chiquitita, olorosita. Y sin embargo, tan importante para su vida, para la vida del quintral, la del picaflor y la del bosque patagónico. Una nota más en la música dulce, verde y viva de la Tierra.